Se acercan las navidades. A pesar de la crisis, el bombardeo publicitario ha comenzado: juguetes, móviles, colonias, electrodomésticos, turrones, bebidas… hay quien ya está pensando en los preparativos de esos días, y la gran preocupación suele ser las comidas o cenas, las reuniones familiares, los regalos, viajes, dónde pasar el fin de año… Hasta los que nos consideramos creyentes, aunque “sabemos” lo que celebramos en Navidad, entramos demasiado y nos dejamos atrapar por este remolino consumista de este sistema capitalista neoliberal ateo. Pero lo cierto es que, aunque nos rodee ese montaje, en el fondo no nos sentimos de fiesta, porque sabemos que muchos, quizá nosotros mismos, “no levantan cabeza”.
Por eso, en este primer domingo de Adviento, el Evangelio nos presenta un texto que, de entrada, parece que poco tiene que ver con la Navidad. Sin embargo, es un toque de atención: Jesús ya ha venido en la historia, y eso ya sería motivo suficiente de celebración; pero además, continúa viniendo. Quiere nacer de nuevo en nuestro corazón, quiere formar parte de nuestra vida., precisamente en estos momentos en que “no levantamos cabeza”.
Ante la realidad de nuestro mundo, de nuestra vida, ante la crisis económica y social, ante tantas situaciones y comportamientos que nos preocupan, que nos agobian, ante la incertidumbre del futuro… no nos dejemos caer en la desesperación o el fatalismo. El Señor, en este comienzo del Adviento, nos anima a “levantar nuestra cabeza”, porque “se acerca nuestra liberación”.
Dios, por medio de su Hijo, en nuestro hoy, quiere “cumplir la promesa que hizo a la casa de Israel y a la casa de Judá”, como hemos escuchado en la 1ª lectura, para que haya justicia y derecho en la tierra. Dios en Jesús ofrece una señal de esperanza para la humanidad.
Pero eso sí: debemos “tener cuidado” y que “no se nos embote la mente con los agobios de la vida”. El Señor va a venir a nuestra vida, quiere ofrecernos su salvación, y nos avisa para que estemos prepara-dos, para que el ambiente abrumador de estos días no nos distraiga, para que las preocupaciones de lo inmediato no nos emboten la mente y nos impidan ver más allá.
El tiempo de Adviento nos invita a prepararnos a acoger en nuestra vida, una vez más, la novedad de Jesús y su Evangelio. La crisis, las preocupaciones, los problemas, las complicaciones, la rutina diaria, el ambiente social y consumista pueden llegar a dominarnos. Hoy la Palabra de Dios nos muestra que hay Alguien que nos ofrece verdadera esperanza, que rompe nuestro estancamiento.
Por eso, nos podemos y debemos hacer unas preguntas: Ante el inicio del Adviento, ¿ya he pensado qué voy a hacer para "levantar la cabeza" de la rutina diaria? ¿De qué esclavitudes me gustaría que me liberase el Señor? ¿Qué tiene embotada mi mente, qué me tiene agobiado? ¿Cómo puedo afrontar los preparativos necesarios de la Navidad, para que no me impidan vivirla en profundidad? ¿Qué tiempo voy a dedicar a la oración para preparar mi corazón y recibir al Señor? ¿Qué debo incorporar en mi Proyecto Personal de Vida Cristiana?
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